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Foto del escritorMarco Lari

Creados para correr

Ica - Perú

Luego de una intensa prueba de largo aliento me siento a retomar la experiencia vivida. Esta vez me tocó correr 100 kilómetros, desde la Huacachina hacia la reserva de Paracas. Un objetivo por cumplir que no tuve reparo en alcanzar, en un terreno conocido, pero complicado, donde las condiciones eran sabidas muy extremas. Mientras se acercaba la fecha de la Ultra me tocaba definir como afrontaría el reto, pasaban los días y las comunicaciones con amigos que participarían en la prueba marcaban la pauta y el camino. Llega el día. Antes de comenzar estuve viendo detalles de la hidratación del evento que veníamos trabajando con mis hermanos desde varias semanas atrás para que los participantes estuvieran seguros con la hidratación y suplementación. Separo un cuarto en la Huacachina para tratar de descansar, pero se hace difícil, salgo y entro varias veces del cuarto y me doy cuenta que la hora se acerca y mi mochila está sin armar. Salgo a almorzar una pasta vegetariana con papa a la huancaína y una chicha, regreso al cuarto y trato de descansar unos minutos. Me paro y arranco con la armada de la mochila mientras preparo 2 sachets de Yumax 100% Whey. Fue rápido porque ya tenía la distribución en mi cabeza, 10 sachets de Yumax RCOVR+ más 2 sachets preparados en un “tomatodo”, 2 litros de Yumax hidratante, 2 botellas de 140ml con una nueva fórmula para darme energía extra que preparó mi hermano Gustavo para que realice la prueba de producto, 7 geles, 2 sándwiches de mantequilla de maní con miel que preparó Alicia, la esposa de Iván (Ultramaratonista), una bolsa pequeña con papas fritas junto a fruta seca y todo lo que la organización exigía como medidas de seguridad.

Salgo muy puntual al control de Perú 8mil. Debemos esperar un poco. En este momento todo andaba tranquilo y recién me daba cuenta que teníamos que correr 100 kilómetros. Nunca lo pensé de esa forma, solo me imaginaba cumplir el objetivo sea cual fuese el camino y el tiempo. Arranca el Desert Challenge a las 5:30pm, unos saludos previos con los amigos deseándoles que den todo lo que tienen, camino unos cuantos pasos y me saco las zapatillas antes de comenzar a subir la duna, risas de algunos, pero yo iba bien tranquilo almacenando fuerza para hacer el esfuerzo como siempre me lo recalca mi viejo. Aprovecho para conversar con amigos, haciendo un poco de bromas y empezar a disfrutar lo que el desierto nos iba a regalar. A los pocos minutos empieza a oscurecer y la vista fue impresionante, una estrella nos marcaba el rumbo y la arena se sentía en los pies muy fresca dando un paso a la vez.

Los participantes se disparan, la columna de corredores cada vez se separa más y me voy quedando atrás. No lo pienso y solo ando disfrutando del paisaje, agradeciendo tanta maravilla y sintiendo como arranca la noche donde las luces verdes que marcan la ruta, y las luces blancas y rojas de las frentes y espaldas de los corredores, empiezan a aparecer. Termina la primera duna y correr se hace fácil, me pongo las zapatillas y arranco a un paso lento y seguro. Sin darme cuenta, ya en la oscuridad, voy agarrando ritmo, no dejo de hidratarme con buenos sorbos y tomando el RCOVR+. Llegamos a la segunda duna, vuelvo a sacarme las zapatillas y es una experiencia conocida, subo tranquilo y la noche ya estaba encima mucho rato. Luego de la cumbre y un poco de plano empezamos a bajar una pared de arena junto con varios amigos, el pulso se acelera y uno empieza a correr más rápido para sentir lo que se viene. Terminamos de bajar la duna en el kilómetro 16, nos limpiamos la arena y retomamos la carrera. La estrategia definida en el camino de acuerdo a lo que diga el cuerpo iba funcionando. Empiezo a correr a otro ritmo siguiendo las luces verdes hasta el Campamento I en el kilómetro 32. Esta primera etapa fue de reconocimiento, teniendo claro que debo llegar entero a cada campamento. Entramos al Campamento I y todo estaba muy organizado, primero sacarse el chaleco con la mochila, una vista rápida del doctor y luego a pesarse. Me dirijo a recoger Yumax hidratante para recargar y agua para preparar RCOVR+. Nos hacen un chequeo rápido de lo que llevamos en la mochila, estiro un poco, converso con mi hermano Gustavo y amigos, todo en calma y siempre disfrutando del privilegio de estar en una prueba de esa naturaleza.

En la segunda etapa arranco caminando lentamente tratando de agarrar velocidad. Ahora la oscuridad era máxima, las luces verdes y una trocha se vuelven necesarias ya que un largo camino nos espera. El ritmo es constante y la guía es un camino de trocha que aparece y desaparece dejando momentos de duda, pero sin perder el rumbo. La luna es intensa y me distrae a cada momento haciendo que agarre velocidad. ¿Qué no pensaba en esos momentos?

Fueron unos 25 kilómetros de total soledad en esta segunda etapa donde mi guía eran las luces rojas intermitentes que aparecían de vez en cuando, luces blancas que me seguían y luces verdes que a veces tenían la dimensión de 1 metro o aparecían muy altas o muy bajas, pero al acercarse siempre eran las mismas luces, del mismo tamaño y a la misma altura. Pensaba que me estaba volviendo loco.

En el kilómetro 45 mi rodilla izquierda se tranca y no me deja correr con tranquilidad, trato de no hacerle caso. Por ratos dejaba de molestar hasta que la molestia se volvió constante. Se me ocurrió cambiar de lado el “tomatodo” que llevaba adelante en el lado izquierdo para equilibrar el peso; ayudó en algo, pero no por mucho tiempo. En esta etapa perdí el rumbo por varios minutos por no leer la hoja de ruta, llegué a una luz verde y asumí que debía trepar un cerro hacia la derecha, no estaba seguro. Un par de luces blancas me seguían a 1 kilómetro más o menos, empiezo a subir rápido y no veía el momento de llegar a la cumbre para visualizar el camino. Estuve necio y no dejaba de subir sin que me moleste la rodilla, volteo y las luces blancas estaban quietas como mirando hacia donde me dirigía, bajo unos metros y me siento seguro que estoy en el camino así que vuelvo a subir sin llegar a la cumbre. Decido voltear para ver si las luces blancas andaban siguiéndome y ya no estaban, así que solo me quedó bajar lo más rápido posible antes de perder el camino.

Llegamos al Campamento II en el kilómetro 62 y entro en razón de todas las horas y kilómetros que veníamos corriendo, llego junto a mi amigo Jesus Silva, de muy buen humor, disfrutando y dándonos cuenta que estábamos en el puesto 12 y 13 en la competencia. Nos ve el doctor, nos pesamos, recargamos las mochilas con Yumax, agua con RCOVR+, un último control de lo que llevamos en la mochila y arrancamos. Esta vez salí un poco más rápido que en el Campamento I. Nos dicen: “salgan en línea recta” y para allá vamos siguiendo las luces verdes. En esta etapa la cabeza empieza a trabajar, con Valeriano empezamos a hacer trote por ratos, pero siempre disfrutando en lo que estábamos metidos. Seguimos así por varios kilómetros hasta que vemos que estamos por alcanzar dos luces rojas, no lo dudamos y cada vez que corríamos acelerábamos para ganar terreno. Por momentos estos corredores aparecían muy cerca y por momentos era como si todo fuese mentira, hasta que los tuvimos a pocos metros y los pasamos muy rápido para no dejar que nos sigan el ritmo.

De aquí en adelante fue una lucha constante entre lo que el cuerpo quiere que hagas y lo que la mente y el corazón te piden, solo pensando en engañar al cuerpo de varias formas. Piso más con la derecha o cambio la inclinación de la pisada, me tiro más hacia adelante o hacia atrás, ajusto la mochila para pegarla más al cuerpo o la suelto y la llevo rebotando en la espalda, o solo camino para sentir que ya no puedo correr y que la carrera ha acabado, pensando que caminando voy a llegar a la meta pero sin dar lo último. Mi rodilla cada vez está más trancada así que empiezo a correr como si tuviera una pierna de palo y a caminar como si estuviera corriendo. “Estamos creados para correr”, es lo único que pienso, logrando avanzar los últimos kilómetros visualizando la meta, la familia y amigos que me esperan. No dejo de correr en mi cabeza tratando de alcanzar más competidores, tratando de ver uno más adelante y saber cuánto debo acelerar para alcanzarlo. “Estoy mal de la cabeza”, pensaba en ese momento. Qué más puedo pedir si estoy por llegar, pero el espíritu de competencia se vuelve más fuerte… “Y si el cuerpo lo permite, vamos”, me decía…

Visualizo a lo lejos Paracas y no quedaba nada, no logre ver otra luz roja, blanca ni verde… solo el arco de llegada. Augusta me acompaña los últimos metros y me reciben mis hermanos Renzo y Ugo a unos 150 metros de la llegada acompañándome hasta el final. En ese momento a uno no le duele nada, como si no hubieses corrido 100 kilómetros y solo queda recibir todo lo posible de ese momento. Se unen a la llegada Alex, Javi y Richi con la bandera peruana.

Los últimos metros entrando al jardín, pisando firme, con el corazón latiendo al máximo en la mano, pagan todo el sacrificio de esta dura prueba. Fueron 14 horas, 34 minutos y 19 segundos de recibir constantemente fuerzas de la familia, amigos y naturaleza.

Recomiendo que corran porque hemos sido ¡creados para correr!

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